Un poco de historia….
La historia cuenta que su origen procede de un campamento islámico del siglo XII, pero a pesar de ser la hipótesis más extendida, las pruebas que la sostienen, no son lo suficientemente sólidas, y la aparición de este asentamiento surgió con casi total probabilidad, por los grupos de pastores que construían chozas y corrales junto a sus pastos, que acabaron convirtiéndose en viviendas permanentes y consolidándose como una aldea.
El siglo XVIII fue el momento de mayor esplendor del pueblo, con 212 habitantes. Era un pueblo agrícola y ganadero, se cultivaba trigo y centeno en sus tierras y sus huertos, se vendimiaba en sus viñedos (aunque la uva no se utilizaba para la elaboración de vino) y sus pastos eran envidiables. Existían más de 5000 cabezas de ganado (vacas, cerdos, mulas, ovejas y sobre todo cabras) y se explotaban más de 160 colmenas). En la dehesa crecían robles y fresnos y en el resto del término había quejigos y jarales y 250 sauces plantados por ordenanzas reales.
Su industria se concentraba en el molino harinero de El Riato y en la fragua que atendía el herrero de Robledillo (otro pueblo cercano).
Había una taberna, un escribano de fechas o notario, un sacristán y; ¡hasta un cirujano!
En 1833, El Atazar pasa a integrarse en la comunidad de Madrid. Los siglos XIX y XX fueron duros para el pueblo, se enajenan fincas y se pierde poco a poco la mayoría del terreno cultivable, y la ganadería que sostenía su economía sufrió un proceso similar; el pueblo pierde su autonomía y pasa a ser un agregado de Robledillo de la Jara hasta 1928.
La guerra civil contribuyó a empeorar la situación y el histórico aislamiento, y la población empezó a disminuir; y lo hizo aún más con la construcción del Embalse de El Atazar, que anegó algunas de las mejores fincas que aún se conservaban, además del molino de El Riato e incluso la carretera nueva que se había construido tras la guerra, y que iba al pueblo vecino de Cervera de Buitrago. En 1990 el pueblo contaba con tan sólo 80 habitantes.
Hoy en el pueblo vivimos 99 personas, algunas han vuelto y otras se enamoraron un día de ese aislamiento y esa lejanía que ha marcado su historia, y que se convierten en desconexión y tranquilidad para el visitante y turista que pasea por su calles y camina por sus sendas y que, en ocasiones, se convierte en un habitante más.
¿Nos damos una vuelta para descubrir, sentir y despertar?