El santo roto de El Atazar, o los montes de monjes

El santo roto de El Atazar, o los montes de monjes

El paraje del Santo Roto en el Atazar no es una capilla de devoción popular de un despoblado de esos abundantes que en Sierra Norte se abandonaron en el Siglo XVII, cuando se produjo la reorganización del poblamiento y la concentración en núcleos mayores con parroquia y garantía de bautismo y fe.  De esos despoblados de “época moderna” es verdad hay muchos en Sierra Norte de Madrid.

Soy de los que cree que este topónimo “santo” invita a remontarse a un periodo y un movimiento cultural bastante desconocido en la alta edad media de sierra norte. Esta tierra de frontera entre el islam al sur (atalayas por medio) y la castilla cristiana al norte, una tierra de nadie. Precisamente lo que buscaban y encontraban los anti-sistemas de la época: los monjes. El imperio romano, y las élites visigodas  que tomaron el relevo en la Península, vivían en la corrupción y la opulencia y todo el Mediterráneo fue invadido por una moda de fuga mundial (escaparse del mundo urbano y decrépito) para rechazar el viejo y engreído modo de vida de las ciudades. Se conformaría así un particular Monte Athos entorno a las sagradas formas graníticas de la Cabrera, estos monjes hispanos pasarían a ser denominados mozárabes – simple cambió de nombre, no de esencia- al producirse la entrada del islam en el siglo VIII.

La necrópolis de Sieteiglesias (cementerio con cerca de 80 tumbas antropomórficas en granito) tiene toda la pinta de ser la necrópolis de estos cenobios (grupos de monjes), dispersos por toda la sierra y en contacto estrecho con los clanes ganaderos.

Me imagino El Atazar como un lugar donde vivían en buena armonía un grupo de monjes y una   vecindad de clanes (familias extensas) de pastores de cabras. Estos indígenas, seguramente ni cristianos ni musulmanes, y con un habla más parecida al euskera que al latín, andarían transterminando entre las cumbres de la Centenera y el Pico de la Cabra en verano, y el angosto valle del Lozoya y las calerizas del Pontón y Patones en invierno.  Mientras unos seguían a sus cabras, otros seguirían, como ocurre en el monacato oriental de siria, o copto de Egipto,  mensualmente el camino que les reuniría con el abad en San Antonio de La Cabrera o en Sieteiglesias, para orar y escuchar misa, y volver a sus montes, su retiro y contemplación.

El Atazar me resuena al encuentro feliz entre hombres de dios, y familias de ganaderos. Estas tribus son las que darían lugar en el siglo XII a las villas eximidas de La Puebla, EL Atazar y la Hiruela, ¿eximidas de qué?, de impuestos, al margen de todo.

La muerte de un Santo y su enterramiento en el paraje del “santo roto” era el inicio de un intento de independizarse del resto de la comunidad, de tomar la iniciativa y de disfrutar de carisma para pretender convertirse en abad y segregar otra comunidad.  Gracias a que el santo de El Atazar no debió ser muy carismático, el paraje lo sigue siendo. Sólo se identificó una tumba que se puede datar entorno al siglo X-XI.

¿Cuándo desaparecieron estos cenobios de monjes mozárabes dispersos por estos montes monacales? Con la llegada de Castilla y de la orden benedictina en el siglo XI, las viejas órdenes hispanas se vieron sometidas a la rígida disciplina de obediencia católica y trasladados a San Antonio de La Cabrera para evitar el desparrame e indisciplina de los montes. Este monasterio del nuevo orden románico será el último y preciado reducto de esos hombres santos huidos del fin del mundo antiguo a la profundidad del monte para buscar… ¡qué sabe Dios! Cuántos neo-rurales hay ahora buscando lo mismo y pre-anunciando el final de otra civilización.

Franco Llobera. Asociación VALOJA para el desarrollo de los valles del Lozoya y Jarama